lunes, 6 de julio de 2009

Metonimias políticas...la conclusión

¿A dónde fue que llevó el análisis expuesto en las tres entregas anteriores, y qué tienen que ver con el título de las mismas? A esta picante pregunta intentaremos dar respuesta en esta última entrega de su apasionante serie "Metonimias Políticas".
Hace no mucho, poco más de un mes, que se celebraron las elecciones intermedias, fuimos testigos del circo electorero de toda la vida: basura electoral en las calles-de las que todavía no se desaloja, dicho sea de paso-, bardas pintarrajeadas con las seudo propuestas de los candidatos que aún es posible leer el día de hoy, los candidatos-hoy flamantes diputados, delegados, o reacios perdedores, como siempre- haciéndose acompañar de artistillas medio peleros o de sonidos ruidosos, en fin, lo que todos ya bien conocemos, a menos que se viva en la punta del cerro. Junto con eso, presenciamos también una inusitada campaña para anular el voto, que enarbolaba el siguiente slogan: "no voto y no me callo".
Los resultados, como ya sabemos, arrojaron las cifras de siempre en tanto abstención en elecciones intermedias: más del 50%. Pero lo que asombró a algunos fue que el voto anulado alcanzó la cifra del 6% "histórico", que dijeron algunos. No faltaron los memelas que se preciaban de ser la "cuarta fuerza política" con su voto anulado, aunque yo no entiendo lo de "fuerza política" hablando de un resultado que la verdad sea dicha, queda por constatar el alcance de su influencia para poderse denominar tal. Y, desafortunadamente, fuimos testigos del regreso del dinosaurio, vestido más a la moda, pero el mismo dinosaurio a fin de cuentas. Y tampoco faltaron los mentecatos que se alegraron de eso, como si ello no hubiera sido otra cosa que la más grande demostración de tontería dada por el pueblo mexicano.
¿A dónde vamos con lo anterior, y cómo es que se conecta con las entregas anteriores de la serie? A primera vista, parece que no tiene nada que ver. Sin embargo, en mi muy humilde opinión, tiene todo que ver, ya que, lo que encontramos en los condominios y unidades habitacionales de esta ciudad puede darnos una pista bastante clara sobre el estado de cosas en el país en general.
Porque, veamos: nunca falta el vecino que jamás pone un pie en las juntas, sin embargo es el que de todo se queja. Que si subieron el mantenimiento, que no está de acuerdo con la persona que hace la limpieza, que si el jardinero cobra muy caro, que si seguramente la persona que se encarga de mover los dineros se los está clavando...sin embargo, el vecino jamás ha manifestado sus puntos de vista delante del resto de los condóminos. ¿De qué sirve, pues, que se queje tanto? De nada. A sus quejas se las lleva el aire, porque nunca se ha tomado la molestia de cursarlas por los canales adecuados. Y peor todavía, si tan mal le parece el estado de cosas, es el que no haga nada. La participación que se requiere de un vecino es la mínima, sin embargo, si no hace ni eso, mucho menos se va a tomar la molestia de postularse para administrar los dineros que desde la comodidad de su poltrona él piensa que sabe cómo se manejan mejor. Tampoco se va a dignar a salir a buscar un jardinero que cobre menos, o una persona del aseo que limpie mejor. Ah, pero le resulta mucho más cómodo delegar esa responsabilidad a alguien más, que lo va a hacer como mejor pueda, cuando lo hace, y luego echarle la culpa cuando mete la pata. Siempre es más cómodo no comprometerse, ¿verdad?
Al vecino que transgrede poco le importa el resto de la gente que ocupa junto con él el espacio habitacional. No se da cuenta, o si se la da le importa un pimiento, que, al llevar un chucho lactante a su casa va a provocar, no sólo que los chillidos naturales del animal le quiten el sueño, sino que priven del mismo al resto de los vecinos. O, si el chucho hace sus gracias en los espacios comunes, se encoge de hombros y se espera a que llegue la persona que hace el aseo, ya que ni siquiera es capaz de sacar una jerga y limpiar. Y el resto de los condóminos, como ya se dijo anteriormente, no le dice nada. Porque todos ven como muy normal el que la gente quiera tener perros en su departamento. Pero los que saben callan, y los que no es lo mismo, de cualquier forma nadie, por 'educación', le va a plantar cara al vecino para que se lleve al chucho a ver a dónde. Y nadie quiere malquistarse con el prójimo, con el que se 'convive' y al que se tiene que ver casi del diario.
El que modifica sin avisar no sólo les pisa los callos al resto de los vecinos en tanto ruido de la obra, sino que puede que hasta los esté poniendo en riesgo al alterar la estructura de la construcción con sus brillantes ideas. Y otra vuelta, nadie le va a decir nada.
Los que arman fiestecitas nunca avisan, mucho menos invitan. Y nadie les dice nada, a pesar de que dejen perdidas las áreas comunes y que al día siguiente todos parezcan mapaches y crudos, sólo que con el asegún de que ni se divirtieron, ni bailaron, ni bebieron. En cambio, tuvieron que aguantar el ruido, y si son los vecinos de abajo, el bailoteo que reverberó en su techo toda la noche.
Podría seguirme enunciando las faltas en las que se incurren cuando se vive en condominio, sin embargo creo que con las entregas anteriores para el propósito bastan y sobran. Creo que los ejemplos anteriores sirven para demostrar los diferentes tipos de ciudadanos que somos. Por ejemplo, el que no participa en una junta vecinal, no se puede esperar que participe en una votación. Sin embargo, va a ser el primero que se queje de lo mal que está la situación, de que los políticos son basura y de que el gobierno no sirve para nada. Y yo pregunto: ¿con qué derecho tal persona se queja? Dirá que todo mundo es muy libre de quejarse, y que finalmente el voto nunca cambió nada, y que la clase política es una porquería, que todos roban, que ninguno trabaja y que todos viven a expensas del erario. Independientemente de la verdad o falsedad del argumento, el fondo es: ¿y qué hace o ha hecho la tal persona para quejarse con tal amargura? Seguramente nada. Seguramente ha visto transcurrir el tiempo en la politología del café, solucionando al país y al mundo entero con elucubraciones maravillosas "si los políticos lo hicieran". Pero no se trata sólo de la tarea del político, sino se trata primero de la tarea del ciudadano, en este caso particular. Y si el ciudadano no la hace, ¿cómo espera, en buena consciencia, que el político haga lo suyo, si llega al poder sin consenso, aupado por una minoría? ¿No creen que es casi darles permiso de que hagan lo que les dé la gana?
Otro ejemplo: el vecino transgresor, en cualquier ámbito que contemple la ley condominal. Casi podemos asegurar que es la gente que se queja de que los políticos hacen lo que quieren y nadie les dice nada. Sin embargo, en su microcosmos ellos exigen lo mismo. Cuando salen a la calle y desafortunadamente los asaltan, se quejan de que seguramente la policía está coludida con el caco y nunca lo van a agarrar, o que si van y levantan un acta, el ladrón 'volverá para vengarse', porque en México 'la justicia no funciona'. Y volvemos a las preguntas: y si la justicia funcionara, ¿dejarían de hacer fiestas que molestan a los vecinos y que se contemplan como técnicamente prohibidas en la ley condominal? ¿Se desharían del perro que no pueden tener según la misma ley? Y la respuesta es contundente: no. ¿Por qué? Bueno, las causas ya las expusimos anteriormente. Los dichos vecinos alegarán que ellos también tienen derecho a divertirse y a gozar de la compañía de un animalito. A eso se le llama impunidad. Yo sé que hay quienes alegarían que hay que guardar las distancias, que no es lo mismo tener un perro en un departamento que andar haciendo barbaridad y media, como hacen los políticos, sin embargo el principio es el mismo. Si las leyes se aplicaran con rigor, habría miles de funcionarios corruptos en el bote, y no habría manera de meter un perro en un departamento. Así de sencillo. Pero nos gusta el estado de excepción, nos gusta el 'a él sí, pero a mí no', nos gusta escudarnos en miles de pretextos, ya sea para dejar de cumplir con nuestros deberes o de plano, para transgredir las leyes.
Y esto no sólo aplica para los que vivimos en un departamento. Basta con salir a las calles para darnos cuenta de la amplitud que tiene esta metonimia. Basta con ver los que nos echan el carro encima sin poner las direccionales, basta con ver el peatón que atraviesa una calle con el mayor desparpajo aunque no le corresponda el paso, basta ver los que se pasan los altos, o los que dan la vuelta donde no les corresponde, o los que se cuelan en las filas del súper cuando uno se distrae, o los que exigen que se les ceda un asiento por equis o por yé, o que se les apliquen excepciones por razones que van desde lo meramente subjetivo y personal, hasta el apelar al mínimo sentido de humanidad del prójimo. Basta con detenernos un poquito a pensar en todo eso para darnos cuenta de que, si las cosas andan como andan, nosotros, como ciudadanos y como sociedad, tenemos buena parte de culpa en ello. Somos gandallas, nos gusta pisarle los callos al prójimo, a sabiendas o inconscientemente, nos encanta sacar ventaja, nos gusta hacer lo que no debemos 'porque todos lo hacen'. Distamos mucho de ser la sociedad modelo que nos permitiría, en un momento dado, rehusarnos a votar porque nadie nos convence, porque ya hemos participado mucho y no hemos visto resultados. Distamos mucho de la tan cacareada 'madurez política' que nos permitiría, efectivamente, dar una lección a la clase política con nuestro repudio a la hora de anular un voto. Distamos mucho de ello, señores, estamos a años luz de ser una sociedad que se interese, que se comprometa, que esté dispuesta a hacer un mínimo de sacrificios para cambiar las cosas. Siempre preferimos que sea alguien más quien venga y nos prometa que lo va a hacer, porque preferimos al que nos promete que con su varita de virtudes va a cambiar las cosas de un día para otro a aquel que nos pide que hagamos un esfuerzo. Nos gusta la comodidad, tanto ideológica como física, de saber que no se nos pide más allá del mínimo esfuerzo para lograr grandes resultados, como la anulación del voto, que no es más que, en mi muy personal opinión, una postura de adolescencia ideológica que exige derechos antes de conocer al dedillo las obligaciones y llevarlas a cabo. Ah, sin embargo, se exige que se nos tome en cuenta para la 'gran toma de decisiones', y nos quejamos cuando no se hace. Y yo pregunto: los que se pasan los altos y manejan como animales, infringiendo todos y cada uno de los artículos del reglamento de tránsito, ¿tienen derecho a meter baza en el manejo del país? Porque díganme ustedes: si somos incapaces de convivir en un microcosmos, como es un edificio de departamentos, ¿qué nos espera a nivel país? Si no nos sabemos comportar civilizada y maduramente en nuestro entorno más inmediato, ¿sabremos hacerlo en el mundo de las grandes decisiones?

1 comentario:

  1. Pienso que, de aquí en adelante, la única "revolución" que podrá colgarse el manoseado apelativo sin demagogias, será una revolución "de conciencias": un esfuerzo bien articulado, sistemático, que busque inculcar en la mayor cantidad posible de ciudadanos el convencimiento de que cada uno tiene el importantísimo deber de conducirse como un ser racional. No hay sustituto para esto; podemos tener un montón leyes perfectas, policías infalibles y políticos puros como el pensamiento de los ángeles, pero si una sociedad no cuenta con una generosa cantidad de ciudadanos conscientes (de sus deberes, así como de sus derechos), jamás podrá aspirar a ir más allá del estado de cosas --parchado, remendado y sostenido con alfileres-- en el que ahora nos encontramos.
    Por desgracia, no veo un solo partido que de visos de querer comprometerse con semejante programa. La izquierda, muy ocupada en exigir más y más "reivindicaciones sociales" y, sobre todo, en arrebatarse puestos y prevendas, no le sobra tiempo para educar a las masas. La derecha, por su parte, parece no tener mejor idea que la de dejarle la chamba a la iglesia (o, en todo caso, a un sistema de educación pública que no da más que para puras vergüenzas). Y, para colmo, el presidente se la pasa aventándole flores al pueblo, aparentemente convencido de que no hay mexicano que no sea un dechado de virtudes ciudadanas (¿pensará, acaso, que los criminales que le dan tanta guerra al país son las avanzadas de una invasión alienígena?).
    En fin, creo que no queda más que esperar que la autocrítica ciudadana vaya creando inercia, y algún día llegue el tiempo del pudor y la sensatez.

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