martes, 8 de septiembre de 2009

"Lost in Austen", las hijas de Pamela y el bovarismo posmoderno

La programación de la televisión por cable se parece sospechosamente a la famosísima aria del Rigoletto de Verdi: "La donna e mobile". Un día anuncian a bombo y platillo la transmisión de una serie 'completa' para que, ya cuando está más que picado, o la cambian de día y hora, o de plano la dejan de transmitir. De modo que, cuando vimos anunciado algo que respondía al título de "Lost in Austen", primero no le dimos gran importancia. Pensamos que era una película, ya que la anunciaron en el horario en que acostumbran transmitir las películas de los domingos, y como en esta casa la televisión los domingos se apaga religiosamente a las ocho de la noche, ni pelamos. Pero, en el transcurso de la semana que siguió, nos percatamos de que se trataba de una miniserie, de la que pescamos el segundo capítulo. Ni modo, pensamos, encogiéndonos de hombros. Ya será para otra ocasión. Sin embargo, parece que en Film & Arts gustan de comprar cuatro series y sacarles el mayor jugo posible, léase, las transmiten hasta el cansancio, y luego, para no aburrir al público, rompen con el seriado y transmiten capítulos a capricho del director de la programación en turno. Luego, cuando el mismo ya se aburrió, la dejan descansar un tiempecito, y otra vuelta. Y esto fue lo que poco más o menos sucedió con la miniserie mencionada. La retransmitieron en el horario de los martes a las nueve de la noche, por lo que pensamos que estaría cardíaco seguirla, ya que a esas horas vamos llegando, cuando no más tarde, pero en las múltiples repeticiones con que nos regala la televisión por cable, vimos la posibilidad de verla tres horas después. Y nos dimos a la tarea con grandes bríos.

El primer capítulo nos cariaconteció un poco. No por la calidad de la serie en sí misma, sino porque, a golpe de vista, parece versarse sobre "Pride and Prejudice", novela de Jane Austen que justamente no habíamos leído. Tratando de pescar mejor tanto el chiste como el chisme, nos dimos a la tarea, en la semana que transcurrió entre el primer y el segundo capítulo, de leer desaforadamente la novela. Y entonces sí empezó lo bueno. Porque la miniserie nos sorprendió en más de una forma.

Me explico: para los que buscan una adaptación, creo que tanto el cine como la BBC ya se han dado a la tarea de hacer las mismas, unas peores que otras. Esto no es una adaptación, definitivamente. Podría incluso decirse que la novela queda como una mera referencia, el entramado básico que se subvierte a gusto del re-creador de la misma, un telón de fondo que sirve a acontecimientos que nada tienen que ver con lo que la autora de la novela estableció en la misma. Pero antes de pasar a hacer un breve análisis de la miniserie, creo que un resumen de la trama viene a cuento, no a manera de contar el chisme, sino de poner en contexto el dicho análisis.

Para no hacer el cuento largo, diremos que la serie versa sobre una chica, Amanda Price, que vive con la cabeza metida en Pride and Prejudice, a decir de algunos, 'la mejor novela de Jane Austen'. El problema de Amanda radica en que su vida se parece más a la de una empleada de banco del siglo XXI, que es lo que es, que a la de una heroína de novela romántica de principios del siglo XIX-quizás debido a una mala colocación de los números romanos-. Un día, cuando por enésima ocasión se encuentra con las narices metidas en la novela, se le aparece Elizabeth Bennet, la heroína de la novela, en el cuarto de baño de su apartamento. En este primer encuentro, la Bennet desaparece tal como apareció, pero en el segundo encuentro, le explica a Amanda cómo fue que entró: la pared del baño da a una puerta condenada en casa de los Bennet. Amanda se asoma, entra, y la puerta se cierra tras ella, no sabría precisar si por accidente o si Elizabeth la cierra intencionalmente. Y cuando Amanda se encuentra en el mundo que ha poblado sus fantasías durante años, empieza lo bueno.

Una trama basada en una persona que de súbito se encuentra en otro tiempo y otro lugar no suena a nada del otro mundo. Se ha hecho ya en múltiples ocasiones y con distintos fines, a veces cómicos-las más-, a veces trágicos. Llega el genio de la alfombra voladora, el científico loco o lo que ustedes gusten mandar, y transporta al protagonista, por los motivos más diversos, a una época en la que el mismo tiene un particular interés. El berenjenal es típico: el protagonista lleva consigo, obviamente, los modos y costumbres de la época en la que vive, y como generalmente se traslada al pasado, tiene la carta extra de la ventaja, ya que ya sabe qué es lo que va a pasar. Está en sus manos, entonces, modificar los acontecimientos para que 'todo siga igual' y regresar feliz a su época. Muy trillado, ¿no? Pues el caso de esta serie no es el mismo.

Para empezar, como ya se dijo, la novela, casi desde el principio, queda de mero telón de fondo. Amanda piensa que todo es muy sencillo, que lo único que ella tiene que hacer es sentarse a observar como se desarrollan los acontecimientos que conforman la novela, y una vez que termina la misma, regresar tranquilamente por su puerta a su Hammersmith del 2008, y seguir pensando en las musarañas. Pero el primer problema es la ausencia de la protagonista de la novela, quien se encuentra, precisamente, en el Hammersmith del 2008. El segundo problema es que, al encontrarse en la casa de los Bennet en una posición muy distinta de la de la 'mosca en la pared', se ve involucrada en los sucesos que toman lugar en la casa y de lo que les pasa a los habitantes de la misma. Y el tercer problema radica en que lo que pasa frente a sus ojos no es exactamente lo que ella creía saber gracias a la información proporcionada por la novela.

Es ése, justamente, lo que considero el mayor encanto de la serie: que se desarrolla en tres niveles narrativos. El de la 'realidad' de la vida de la protagonista, el de la novela, y el de la 'realidad' de la novela. Porque ella empieza a darse cuenta de que las cosas no son como las plasmó Jane Austen en su novela. Y mayor es el pasmo cuando se percata de que tampoco los 'personajes' se comportan como deben de hacerlo según la información que de los mismos ella posee; más bien se da de manos a boca con personas, que al igual que ella misma, tienen reacciones bien distintas de las que Austen fijó para sus personajes. Así, cuando ella trata de que Charles Bingley se fije en Jane, la mayor de las hermanas Bennet, ya que eso es lo que prescribe la novela, éste se fija primero en ella misma, y luego, ya avanzada la serie, se 'fuga' con Lydia, la hermana menor. Y los personajes, si bien no se distancian demasiado de como Jane Austen los pintó, tienen unos giros que resultan inesperados completamente, para pasmo de Amanda, que no sabe cómo debe de arreglar lo que ella considera un entuerto cuando las cosas se alejan demasiado de lo que marca la novela. No es sino hasta el final de la serie que Amanda comprende que la novela no tenía nada de 'real', y ella decide quedarse, entonces, en ese mundo que no es el de la novela, pero que tampoco es el suyo, mientras que Elizabeth Bennet descubre los encantos de la macrobiótica, el cabello corto y la tecnología y decide cambiar lugares con Amanda. La puerta queda entreabierta, dando a entender que quizás el cambio no es tan irreversible, y que cualquiera de las dos tiene la posibilidad de entrar y salir cuando quiera.

El que los personajes de la novela no son tales sino 'personas' se pone de manifiesto desde el momento en que pueden interactuar con la protagonista con la mayor libertad. Ella, entonces, no llega al mundo de la novela, sino, efectivamente, a la Inglaterra de principios del siglo XIX, y cae, no dentro de una familia de novela, sino dentro de una familia 'real'. Y cuando, ya hacia el final, Amanda, desesperada, regresa a Hammersmith a buscar a Elizabeth para enderezar todo lo que se torció-según lo que ella cree que debe de ser, de acuerdo con la novela-, se da cuenta de que Darcy, el héroe de su bienamada novela, la ha seguido, la acción entre personas que han dejado de ser, o más bien que nunca fueron, personajes de una novela, queda por completo de manifiesto. Y todo toma un rumbo bien distinto: por ejemplo, la madre de las Bennet deja de buscar casar a las hijas a como dé lugar, el matrimonio de Jane con Collins queda disuelto gracias a la intervención de Lady Catherine y finalmente se da a entender que se marchará a América con Bingley, George Wickham encuentra un buen partido en Caroline Bingley, quien le hace 'ojitos' a pesar de ser una lesbiana confesa, y Amanda encuentra su premio en Fitzwilliam Darcy, mientras que para Elizabeth Bennet el premio consiste en ser una mujer 'moderna y liberada' del siglo XXI, trabajadora e independiente.

Lo curioso del caso es que Jane Austen es, en mi parecer, una novelista bastante reaccionaria. Para ella el que una mujer trabaje son pamplinas, cuando no una maldición,como lo pone de manifiesto en Emma. Y cada quien ha de casarse según le corresponde. Nada de igualdades, ni mucho menos. La escalada social se condona únicamente en el caso de 'mujeres excepcionales', como sus heroínas, quienes, a pesar de tener fallos de carácter, siempre se ven pulidas por el hombre a quien están destinadas, para al final alcanzar la felicidad absoluta con el hombre absolutamente correcto para ellas. Así, Elizabeth, en Pride and Prejudice, tiene que deshacerse de los prejuicios que tiene con respecto a Darcy, cuando él ya se ha deshecho de su orgullo, y así poder ser absolutamente felices. El único error del héroe es haber separado a Jane Bennet de Charles Bingley, sin embargo, repara su falla sin demora cuando este punto es uno de los que Elizabeth le reprocha, aunque, en tanto su familia, ella se da cuenta de que Darcy tiene razón. Sin embargo, los errores de Elizabeth son varios: el prejuicio en contra de Darcy, su precipitada inclinación hacia George Wickham, por ejemplo, muestran que ella tiene más que aprender que él, y que finalmente ella tarda más en pulir sus fallas. De todas formas, una vez salvados los obstáculos, están destinados a ser felices para siempre. Es justamente en 'ese' mundo a donde va a caer una empleada de banco del siglo XXI. Y cuando, tanto su madre como su compañera de casa le señalan que está enamorada de Darcy, ella alega que no lo está, sino que está enamorada de los 'modales, del romanticismo, del cortejo'. Todo lo que salta a la vista en un análisis superficial en las obras de Austen es lo que se le escapa a Amanda, quien evidentemente vive aquejada de bovarismo posmoderno. Suspira y se oprime cuando su novio, Michael, le propone matrimonio con el arillo de una lata de cerveza en vez de caer de rodillas con un anillo de verdad una vez se hubo bajado de un caballo blanco. Sueña con el mundo de Jane Austen y en ser la protagonista de la novela, y como el personaje de Flaubert, añora los arrebatos que supone en los personajes de la novela que ella misma no puede sentir en su vida tal cual es-una reniega de ser una campesina, la otra de ser una empleada en un banco-. Y termina, no como Madame Bovary, sino como una de las innumerables hijas de Pamela.

Porque el cuento de Amanda Price es el de una de tantas Cenicientas posmodernas, sin zapatilla de por medio. En esto no hay diferencia con los personajes femeninos de Austen: todas reciben un premio por ser 'excepcionales'. En eso radica su virtud, aunque la virtud para Richardson se entendía en un sentido más literal. Sin embargo, el premio consiste en lo mismo: un matrimonio ventajoso en lo material y lo social, y feliz. Amanda Price es una Pamela posmoderna, para quien su única virtud consiste en desear fervientemente, como Cenicienta, que se le cumpla el sueño y pueda ir al baile. Incluso, la Elizabeth Bennet de la serie es una Nancy Howe-la indomable amiga de Clarissa Harlowe-, con su fiero deseo de independencia. ¿Seguimos, a casi trescientos años de distancia, bajo el influjo de Samuel Richardson? ¿Y el cuento de la liberación de la mujer? Porque en Austen se entiende que de liberación, ni hablar del peluquín-por no decir que sería un despropósito y un anacronismo idiota-, pero en una serie producida apenas el año pasado, de la que se está haciendo una película, por cierto, para el año que entra, el que una mujer quiera cambiar de sitio con su congénere que vivió, supuestamente, doscientos años atrás, queda un tanto chistoso, como no sea para ilustrar su naturaleza de cuento de hadas posmoderno, con un final típico y convencional, si bien lejos, muy lejos de lo que Austen pergeñó. La serie, de cualquier forma, entretiene y bastante, ya que la trama está bien tejida, no tiene hoyos, y es un berenjenal narrativo que no carece de interés. Lo que se trasluce, después del análisis un poco más detenido, ya es harina de otro costal. No deja de llamar la atención el hecho de que, a juzgar por el final de la serie, se siga pensando que hay mujeres cuya única aspiración es el romance y el matrimonio, mas, si se da una ojeada a cualquier edición de Cosmopolitan, hay por lo menos un artículo destinado al tema-siempre con un peculiar énfasis en 'cazar' un hombre para obtener una validación social completa, que no da ni la profesión ni nada de eso, por favor-, con lo cual se da al traste con el cuento de la Wonder Woman de la posmodernidad. Es por esto que yo titularía a la película: "Amanda Bovary, una hija de Pamela, perdida en Jane Austen: una Cenicienta posmoderna-mujeres liberadas de a de veras, abstenerse".