martes, 30 de junio de 2009

Metonimias políticas II

Reanudando el análisis comenzado el día de ayer por la noche, diremos que el siguiente punto versa sobre algo muy sensible para todos nosotros: los dineros. El mantenimiento de un edificio, como de todo en esta vida, se trate de un coche, de un par de zapatos, o de un vicio, cuesta dinero. Pero, ¿a qué se refiere exactamente el mantenimiento de un edificio? Como la misma palabra lo implica, se trata de mantener el edificio en condiciones habitables, en el mínimo de los casos, cuando no de hacer ciertas reformas que pudieran beneficiar al entorno habitable. Esto abarca, desde pagarle a alguien para que haga el aseo de escaleras, vidrios y demás espacios que tienden a ensuciarse bajo las normales circunstancias que implica el tránsito de quienes en él habitan, hasta el vaciado de ductos de basura-cuando se tienen-, las reparaciones de interfones y elevadores, cuando los hay, los reemplazos de focos fundidos en los pasillos-que, dicho sea de paso, reciben el nombre de 'áreas comunes', sobre lo que abundaremos más adelante-, y el arreglo periódico de las áreas verdes para evitar que se conviertan en una jungla desaforada en época de lluvias, o en una sabana desolada en época de secas. Como ya se dijo, cuesta dinero. Y, como ya se dijo, los espacios anteriormente mencionados se llaman 'áreas comunes' porque, precisamente, pertenecen a todos los habitantes del edificio y todos hacen uso de dichas áreas, ya que todos transitan por los pasillos, todos usan el elevador, todos disponen del ducto, y todos necesitan la luz en los pasillos cuando se hace de noche, para evitar, desde que un maleante ande rondando los pasillos al abrigo de la obscuridad, hasta para prevenir que el dueño del departamento se rompa las narices antes de entrar al mismo porque no ve. ¿De dónde tendría que salir el dinero, pues? De los mismos beneficiarios de los antedichos espacios comunes, supuestamente. Pues no. Porque, y remitiéndonos un poco a la entrega anterior, no todos los que habitan el edificio son dueños. Los inquilinos-algunos- ven como un 'impuesto' eminentemente injusto el tener que pagar por algo que no tienen en propiedad, a pesar de tenerlo en uso, y el uso es el que lleva a la obligación de dar mantenimiento, o al deterioro en caso de falta del mismo. Otros, aunque sean dueños, con tremendos cachetes dejan tranquilamente de pagar. O, los que hacen un inadecuado uso del suelo, como los dueños de despachos, aducen que ellos no usan lo que utilizan los demás, a pesar de que sus clientes suben por los elevadores, utilizan los interfones y se plantan en los pasillos, muchas veces dejando recordatorios de su presencia como colillas de cigarro, papeles, bolsas de papitas que consumen mientras dura la espera, etcétera. Puede ser que los dueños del despacho no hagan uso de los servicios comunes, lo cual se duda, sin embargo, los que acuden al despacho sí lo hacen, lo que debiera obligarles a pagar. Pues no, se niegan en redondo. Así, en muchísimas ocasiones, el costo del mantenimiento se cobra, no basando el cálculo en el número de departamentos, sino en el número de condueños e inquilinos que sí pagan, por lo que terminan muchas veces pagando los que sí lo hacen por los que no. Lo que nos lleva al siguiente problema.


Cuando de hablar de dineros se trata, y de dineros que van a parar, por decirlo así, a un fondo para cursar diversos pagos, se debe de hablar al mismo tiempo de una persona, o conjunto de personas que los administren. Ello, con la finalidad de simplificar, tanto los pagos como los cobros mismos, porque no es lo mismo pagar una sola cuota por concepto de mantenimiento, la cual engloba todos los conceptos mencionados anteriormente, que obligar prácticamente a que las personas que prestan los servicios que requiere un edificio anden cobrando de puerta en puerta por los mismos, amén de que es mucho más sencillo tratar con una sola persona cuando de contratación se habla, que andar viendo cada quien por su lado quién se encargará de las faenas en cuestión. Los ciudadanos que administran los recursos de un edificio deben, en teoría, no sólo decir en qué se gasta el dinero que aportan los condóminos, sino obligar a quienes no lo hacen a que lo hagan, so pena de suspensión de servicios y hasta de juicios. ¿Sí? Pues no. Como ya se dijo, en un edificio, las decisiones que se tomen respecto al mismo deben de ser avaladas por la mayoría, lo cual incluye el nombrar un administrador. Pero...he aquí otro problema. La administración de un edificio suele ser equiparable a la rifa del tigre: nadie la quiere. Todos los condóminos son conscientes de que es un relajo andar correteando al vecino para que pague, por no hablar de que las malquerencias derivadas de que alguien nos recuerde lo que tenemos que hacer y no hacemos son de consideración. Hay que dedicarle tiempo, desde para ir a adquirir el nombramiento legal que acredita al administrador casi como representante legal del conjunto de personas que pueblan el edificio, hasta para elaborar los balances mensuales que su actividad requiere. ¿Y todo para qué? Para que nadie agradezca lo que el administrador hace, si es que algo hace, y para no llevarse ni cinco centavos de remuneración, ya que son muy pocos los que cobran algo. Por eso para la mayoría de condóminos la administración equivale al infausto regalo que hacían los marajás hindúes a los cortesanos incómodos: el elefante blanco. Pero, a su misma vez, el que exista un administrador que no sean ellos mismos equivale a un receptáculo de quejas, de 'es que nos cobra y no hace nada', pero, a la hora de citar a junta para remover al administrador y designar uno nuevo, generalmente serán los primeros que le saquen el bulto con el sobado pretexto de 'no, yo no tengo tiempo, yo soy una persona muy ocupada'. Con tal de que siga habiendo alguien de quien quejarnos, y alguien que resuelva por nosotros, está todo muy bien. Aunque también los haya que se alambrean los dineros de las cuotas y se sepa, aunque los haya que en su vida han entregado un solo estado de cuenta, y aunque los haya que hayan dejado al edificio a su cargo sumido en una deuda mientras ellos se dan la gran vida, no importa. Mientras no sea alguno de los 'muy ocupados' ciudadanos los que tengan que hacerlo, apechugarán con las tranzas, con las ineficiencias, y mascullarán que en maldita hora les fue a tocar tal bicho en la administración, y siempre, siempre, vivirán esperanzados con que llegue el Robin Hood de los condóminos atribulados a resolver el problema y a desfacer el entuerto, mientras los que apoyan al tranza lo seguirán haciendo, recargados en el muy sabido hecho de la apatía comunitaria, y el tranza dormirá muy a gusto, sabiendo que, por mucho que le digan los vecinos, será muy difícil que procedan en su contra, principalmente porque les encanta quejarse, pero de hacer, mejor no hablamos.


Como ya se mencionó, cuando de disponer de una propiedad en el simpático régimen de propiedad en condominio se trata, se debe enterar a los demás sobre las propias intenciones. Pero no sólo cuando de venta o renta se trata. También cuando se le quieran hacer reformas a la misma. ¿Por qué? Simplemente, porque se debe estar seguro que las tales reformas no comprometen la seguridad de la estructura en la que todos habitan. Y no sólo eso: si el inmueble cuenta con un seguro en caso de siniestro-que en esta telúrica ciudad nuestra puede incluir, desde un incendio hasta un terremoto-, se deben de asegurar, todos, desde el que pretende las reformas hasta el resto de los condueños, que las tales no invaliden el seguro. Es una responsabilidad mínima, ¿no? Es sentido común en el significado más lato del concepto, ¿no? Pues no. Una mañana cualquiera, el vecino Perénguez amanece inspirado y ocurrente, y piensa que tal vez su departamento se vería mejor si tira el muro que divide el comedor de la cocina y hace un arquito muy mono, para iluminar mejor su cocina y tal vez poner unas plantas. Y ya entrado en gastos, el vecino Perénguez decide que su herrería ya está muy fea y que a su departamento le iría mejor una blanca, de esas que imitan madera, que le haga pensar que, en vez de en la Pensil-o en la colonia que quieran-, vive en la Condesa. Y luego, para no desmerecer con el resto del entorno, la emprende con los baños, pensando que, comiéndole un poquito de espacio a la sala o a la azotehuela, según la situación, tendrá espacio para su tan ansiado jacuzzi. Y después, considera que no vendría mal ampliar la cocina...Y luego...Y luego...Los vecinos se enteran cuando ven llegar el camión con el material, y al vecino Perénguez disfrazado de mecapalero, bajando bultos de cemento, de pegazulejo, de azulejo, y demás, con la más radiante de sus sonrisas. Y luego, para los que se perdieron el show, no dejarán de notarlo cuando al vecino Perénguez se le ocurra, llevado de su manía reformadora, empezar a tirar paredes a las diez de la noche. Por no decir que dejará los pasillos hechos una mugre. ¿Y los vecinos? A lo más, murmurarán de las enormes reformas que planea el vecino Perénguez: "¿ya viste, Concha? Perénguez quiere convertir su departamento en un palacio, pobre diablo". "Pues si no le gusta la unidad, que se vaya a vivir a Polanco el muy pretencioso, Eulalio". Pero de decirle algo, ni hablar. "No, Paquita, ¿yo decirle algo a Perénguez? Ni loca, no, Perénguez es un vecino muy decente, ya ves, saluda a todo mundo y con todos se lleva bien. Y a fin de cuentas, ¿pa' qué enemistarse con los vecinos, si todos vivimos aquí y nos tenemos que estar viendo las caras?" Así, Perénguez, gracias a su manifiesta ignorancia sobre la ley condominal y a la igualmente manifiesta ignorancia de sus vecinos, y a su buena voluntad, lleva a término el desfiguro arquitectónico que perpetró unos cuantos meses más adelante. Se sale con la suya, vaya. Las herrerías hacen chiras pelas con las del resto del edificio, y tiró un muro que le dijeron los 'maistros'-porque, ¿para qué contratar un arquitecto, si sale más barato con el albañil?-que igual y era de contención, pero que como no estaban muy seguros, igual lo tiraban. Y al seguro le salieron alitas, porque las compañías estipulan que cualquier cambio que modifique, no sólo la estructura, sino hasta la configuración original del inmueble, invalida cualquier indemnización en caso de siniestro y hasta de robo. Pero nadie se enteró. ¿Por qué? Porque a nadie le dio la gana de informarse al respecto. Porque, cuando se muda uno a un departamento cree que con pagar el monto correspondiente y tener las escrituras basta. Porque nadie sabe que los edificios de departamentos, o 'propiedades en condominio', están regulados por una ley propia. Y peor, porque, o nadie se los dice, o a nadie le interesa averiguarlo. ¿Para qué meternos en embrollos con aún más obligaciones, aún más restricciones del gobierno que sólo sabe estar fregando con que 'no hagas esto', 'haz lo otro' y demás? Es mejor vivir en santa ignorancia para vivir en santa paz.

Y ya que entramos en el tema de la especie denominada "condueños", mejor conocida como "vecinos", dejaremos más abundosas consideraciones para la próxima entrega.

lunes, 29 de junio de 2009

Metonimias políticas I

En esta época de cierre de campañas, músicas electoreras, actos y mitotes sin fin de candidatos de todos los colores y faramalla política sin ton ni son, junto con las propagandas para ir a votar, y las otras para ir a anular el voto, me ha saltado a mi revuelta cabeza una idea, más que todo sugerida por la irresponsable campaña de quienes aluden a su muy personal concepto de la dignidad para ir a anular su voto: una posible respuesta a las eternas interrogantes de por qué funciona tan mal el país y la clase política.
No voy a afirmar que mi respuesta sea LA respuesta, como muchos teoréticos tienen la soberbia de decir. No, señores. Me limitaré a apuntar unas cuantas observaciones que van de la mano con las inquietudes de la mayoría de la ciudadanía, y, por ende, de los posibles votantes. A lo mejor muchos sienten un ladrillo en la cabeza, igual otros tantos pensarán que de cualquier manera el ciudadano nunca tiene la culpa de nada y es simplemente una 'pobre víctima', como insisten en afirmar los teoréticos de dizquierdas. Como sea, esto, insisto, no tiene visos de ser nada absoluto. Es un simple análisis de nuestra realidad, y un aún más simple intento de respuesta. Dicho lo anterior, baste de retórica, y vayamos al asunto.
Hace falta vivir en la punta de un cerro para hacerlo sin vecinos, más en una ciudad tan apiñada como la nuestra, donde la mayoría de citadinos tenemos como lugar de residencia un departamento sito, desde luego, en un edificio, muy probablemente inserto en una unidad habitacional de mayor o menor tamaño, según sea el caso. Los que tenemos domicilio en régimen de condominio-o 'condemonio', que dijera mi señor abuelo Perfecto, pero para eso ya entraremos más adelante en detalles-nos vemos enfrentados a, o a veces afrentados por, esos seres que reciben el nombre de "vecinos", con los que a veces se vive pared con pared, puerta con puerta, o piso con techo, ustedes eligen de acuerdo a su situación. La configuración anteriormente descrita, que intenta ser una simplistísima reducción de un todo más complejo denominada "unidad habitacional", servirá de modelo de estudio para la presente parábola, metáfora, o, como ya denominamos al principio del texto, metonimia cuando de analizar las realidades del país se trata.
Decíamos, pues, que los departamentos que conforman un edificio con uso de suelo habitacional, esto es, para que la gente viva ahí, y la gente que en ellos habita, se hallan sujetos a algo que se conoce como "régimen condominal". ¿Qué significa lo anterior? Muy simple. Que todos los habitantes del susodicho edificio son 'condueños', es decir, todos son dueños del predio donde se asienta el edificio, ficción jurídico-impositiva con la que se intenta dar la sensación que lo que se tiene no simplemente es una rebanada de aire, que dijera Marco A. Almazán, y con lo que se intenta justificar el que cada 'condueño' pague una cuota de impuesto predial, si la memoria me asiste, igual a la de la totalidad del predio, lo cual hace comprensible el que, cuando se otorgan permisos de construcción, sea mucho más conveniente hacerlo para edificios de ingentes cantidades de pisos con igualmente ingentes cantidades de departamentos, que para una sola casa, o un conjunto de casas.
El ser "condueños" no significa solamente un sacudón de predial. No. El régimen de propiedad en condominio otorga a los condueños a una serie de derechos con pinta de obligaciones, tales como el derecho de tanteo cuando se vende un departamento, o igualmente a impedir el que un departamento se rente. Muchos dirán que cómo es posible que los vecinos tengan derecho a inmiscuirse en el sacrosanto derecho de que goza cada quien de hacer con su patrimonio lo que le venga en ganas, y es aquí donde empiezan los problemas. Pero es muy sencillo: si el que vende su propiedad lo hace, pongamos por caso, a un abogado que en vez de utilizar el departamento para habitar en él lo utilizará de oficina, el resto de los condueños tienen todo el derecho de incoformarse por el uso inadecuado del suelo, o por los posibles inconvenientes que genere el que gente que no vive ahí ande entrando y saliendo del edificio, así sea en horas de oficina, y lo mismo aplica si lo que se quiere es rentar el departamento, ya que no se sabe qué tipo de gente irá a parar al edificio; lo anterior puede provocar, desde fiestecitas con mucho estéreo y mucho ruido a altas horas de la noche, hasta altercados con la policía.
A lo que lleva todo lo anterior es a lo siguiente: en un estado ideal de cosas, el condominio sería, luego, un lugar en donde, al ser todos dueños comunes del predio en que se asienta el edificio, a que las decisiones que se tomen en el edificio sean sancionadas por la comunidad, la cual está sujeta a lo que se denomina Ley Condominal, que establece los términos en que, idóneamente, deben vivir todos aquéllos que son dueños comunes de un predio; todo esto, desde luego, pensando en el mejor interés de todos los que habitan el edificio, y la mejor convivencia. ¿Sí? Pues no.
Vamos a comenzar por lo general para pasar a lo particular. Los condueños están obligados a hacer manifiestas sus intenciones cuando de disponer de su patrimonio se trata, ¿verdad? Y el resto está en el derecho de decir si están de acuerdo o no, ¿ajá? Pues no. Cuando se vende un departamento, los vecinos se enteran cuando se cuelga, o la cartulina fosforescente con un número de celular de la ventana del departamento que se perpetra vender, o cuando aparece el letrerito de la omnipresente agencia de bienes raíces de todos conocida, la de los letreritos amarillos con negro. ¿Y cuando se renta? Menos. Todo mundo se entera que se rentó un departamento cuando llega el camión de la mudanza. Lo anterior puede obedecer, o a manifiesta mala fe de quien piensa que a los vecinos qué les importa lo que se haga con equis departamento, o de plano, a simple y llana ignorancia de que el protocolo anterior se debe de seguir. Amén de que, si se convocara a una junta porque el vecino Zutanes quiere vender, nadie iría, porque a nadie le importa, a pesar de que es derecho y obligación el hacerlo. Lo que nos lleva a la siguiente consideración.
Como ya se mencionó anteriormente, las decisiones que se tomen respecto al edificio deben estar avaladas por una mayoría de vecinos, ¿verdad? Pues no. Porque se cita a la junta para hablar de equis asunto a las tales horas, seguido de otro citatorio para media hora después si no se ha reunido el quorum requerido, para hacer una última llamada para realizar la junta con los que estén, que generalmente son tres gatos, los mismos de siempre, que decidirán algo con lo que, después, el resto de la no-concurrencia mugirá que no está de acuerdo, aunque no haya asistido.
Ya nos hemos extendido bastante por el momento. Para no aburrir a los amables lectores, el día de mañana continuaremos con esta Metonimia Política, esperando sus amables comentarios.