domingo, 17 de mayo de 2009

Lo que la influenza nos dejó

Pasó la contingencia, dijo la Secretaría de Salud-parafraseando aquél célebre 'pasó la atonía, dijo la Concamín', del célebre Abel Quezada'-. Lo que no ha pasado es la histeria. Y no me refiero a los escenarios observados los primeros días de la susodicha contigencia, en donde era por demás común ver a la gente en las calles-cuando se le veía, claro está- con cubrebocas de los más diversos modelos y colores. Vaya, hasta el caso vimos de un tipo que, más que para una contingencia sanitaria, parecía haberse preparado para la guerra biológica, ya que portaba una máscara antigás para ir a realizar sus compras al supermercado. Y los supermercados...válgame el cielo, eran escenarios de peor película de horror. Si han tenido la brillante ocurrencia de acudir a alguno en día de quincena, por no hablar de fin de semana de quincena, conocerán el caso: inmensas colas en las cajas, carritos retacados de mercancías, chamacos corriendo por todas partes...en fin, ya saben de qué hablo. Pues algo parecido sucedió durante la contingencia, nada más que de manera un tanto distinta. Se veía lo mismo: gente con los carritos retacados, pero...un día antes de la quincena. No se veían chamacos correteando por los pasillos, los concurrentes portaban cubrebocas, y las estanterías de los productos enlatados, como verduras y atún, lucían prácticamente vacíos. La gente llevaba dos o tres garrafones de agua, amén de cartones de leche como para surtir la tiendita del barrio. Pero, volviendo al tema central de mi presente disquisición, no me refiero a esa histeria. Porque si va uno por la calle, ya son los menos los que traen cubrebocas. Todo mundo se apapacha otra vez. A lo mejor lo que nos quedó fue un cierto reforzamiento de las medidas sanitarias en los restaurantes. Por lo menos en algunos de ellos puede verse a los meseros y al personal en general que en ellos labora, portando cubrebocas, cosa que se debió de hacer hace ya mucho tiempo, por no decir que debió, siempre, de ser práctica obligada en las cocinas. Esos son los, pudiera llamarse remanentes de la histeria que se vivió en la Ciudad de México durante la contingencia sanitaria. Hoy, todo parece regresar a la normalidad. De la influenza, ya ni quien se acuerde. Sin embargo...


Los correos de los 'teoréticos de la conspiración'-porque me merecen el mismo respeto que los comentaristas que insisten de hacer del fútbol una ciencia sobre la que vale la pena hacer teoría, cuando no son más que veintidós tarados corriendo en pos de una pelotita-siguen fluyendo. La hipótesis del 'compló' va tomando colores más vívidos, ya sea por correo electrónico o en los foros como Yahoo! Respuestas. Cada vez se inventan peores choros. Pero el que más me llamó la atención fue auqél que hablaba algo así como del 'shock'.


Es de llamar la atención, ya que, quienes esgrimen tal argumento aducen que, con darle un sustito a la gente, la adoctrinas y la vuelves más obediente, más mansita o mensita, según se vea. Todo, con el fondo muy bien coloreado de las elecciones venideras. Supónese que lo que les choca es que, según ellos, el PAN ha inventado una nueva estrategia-¡otra más!- para alelar al electarado y convencerlo de que Felipe Calderón es el héroe que vino a salvar, no sólo a su país, sino al mundo entero, del nefasto virus de la influenza. Creen, los que a la anterior teoría se suscriben, que la gente entrará a un orden, mediante un susto, que los hará fácilmente manipulables por el espurio régimen de turno. Pero hay un par de cosas que los adalides de la psicología seudocientífica ignoran.


Quienes comulgan con la seudoteoría anterior se apoyan en la teoría de la 'cortina de humo'. Que si nos quieren ver la cara, o que de plano ya nos la vieron, que si ya 'nos endeudaron'-con cenizas en la cabeza y vestiduras rasgadas, por favor-, que si están conchabados, desde los grandes magnates de la industria farmacéutica hasta los fabricantes de cubrebocas para reirse de nosotros en lo que corremos a arrebatarnos sus productos-ajá, ya veo la hora en que se armen linchamientos contra los que, montados en sus triciclos, van pregonando por las calles: '¡pino y clarasooooooooool!', porque, seguramente los muy inmorales también le entraron al enjuague-...en fin, ya para qué repito lo que es de todos sabido. Hay quienes llegan a extremos tales de afirmar que 'está pasando lo mismito que en el '86, que con el Mundial nos agarraron a todos en la baba', olvidando que el sexenio de Miguel de la Madrid fue pura baba en ese sentido. Sin embargo, los muy majaderos pasan algo por alto: que si hubo un gran distractor, aprovechado para alimentar a las mafias que hasta hoy en día operan, no fue el mundial de fútbol, sino el terremoto. Ah, pero ahí sí nadie puede decir que el terremoto se lo inventó el gobierno, ¿verdad? Si alguien tuviera el mal tino, o el poco sentido de insinuarlo siquiera, le lloverían mentadas, en el mejor de los casos, o bofetones y patadas en el peor. Prefieren, por tanto, irse unos cuantos meses más adelante del infausto acontecimiento y hablar de algo más inocuo, equiparándolo con la cosita esta que nos vacila el sistema respiratorio. El fondo es el mismo, sin embargo, y se demuestra lo mismo. Porque señores, es demasiada necedad decir que, por ejemplo, Miguel de la Madrid-así como lo oyen-hubiera solicitado la sede del Mundial y se la hubieran dado, así, a pedido, una semana antes de cometer todo tipo de tropelías. O que ocurrió el terremoto cuando el gobierno de turno lo dispuso, para así poder hacer del país monos y bailarlos. O que la influenza nos cayó en un momento de lo más oportuno. O que ahora lo del dengue es otro ídem porque quién sabe qué traen en la cabeza los-inserten el adjetivo que prefieran-que están al frente del gobierno para enchufarnos a placer, sin que nadie chiste. Las coyunturas no se crean. Si acaso, se aprovechan. Pero cabe apuntar que sucede exactamente lo mismo con todo aquéllo que rompe nuestra rutina.


¿Y qué es la rutina? Trataré de definirla escuetamente. Es levantarse temprano para ir a la chamba de lunes a viernes, cubrir cierto horario, lidiar con el cada vez más enredado tránsito por la ciudad, o con los mares de gente que puebla el transporte público, para llegar a casa con energías suficientes para prender la tele y medio ver las noticias, dormir poco y mal, y al día siguiente, lo mismo. El fin de semana, los toros, el fútbol, las chelas, la cantina, la cruda, y el lunes...vuelta a lo mismo. Entonces tenemos que, por ejemplo, cuando se nos da un período de vacaciones, salimos en estampida de la ciudad. ¿Argüiremos, acaso, que las vacaciones las inventaron los agentes de viajes, las cadenas hoteleras y las líneas de avión y de autobuses? Creo que no. Sin embargo, son los que más aprovechan que se dicten tales períodos vacacionales. ¿Vamos a decir que atrás de los viajes de la familia Burrón a Acapulco se encuentra un siniestro conglomerado que les dice qué hacer, a dónde ir y dónde gastarse los cuartos? Suena por demás ridículo. Están los que salen, a donde pueden y como pueden, y están los que se quedan encerrados porque no les da la gana de salir, o porque, de plano, no les alcanza. Así de sencillo.

Otra gran ruptura de la rutina es el fin de año, con su andanada de fiestas y consumismo a porrillo. ¿La Navidad la inventaron los comerciantes? No. Quizás el sentido, relativamente nuevo de 'a comprar, a comprar, que el año se va a acabar' sí. Pero no tienen la culpa de que la Navidad exista ni Wal-Mart, ni las tiendas de ropa, ni nadie. Si acaso, se aprovechan de que exista, mas no por ello vamos a afirmar que son invenciones de ellos. ¿Podemos entonces afirmar que atrás del nacimiento y las posadas y demás, se encuentra todo el poder de las grandes transnacionales, que nos obligan a festejar aunque no queramos, a comprar ropa aun si no la necesitamos, y a embrutecernos toda la temporada aunque tal no sea nuestro deseo? Tampoco. Cada quién hace lo que le viene en ganas. Si se quiere, se festeja, si no, se duerme uno temprano. Así de sencillo. Y cada quién le asigna el significado que mejor le parezca. Así, sin más.

A lo que me lleva lo anterior es a esto: nadie se sacó la influenza de la manga. Por supuesto, tenemos a nuestros 'sesudos' analistas que nos dicen que por qué, si ya la OMS aseveró que la influenza no es letal, que con líquidos y reposo se cura-lo cual está de pensarse, y mucho, porque uno de los principales argumentos de la teoría de la conspiración es precisamente que se muere más gente al año a causa de la influenza común...go figure-, se ha muerto tanta gente en México, o, para el caso que nos ocupa, por qué nos dicen que se ha muerto tanta gente. Pero vámonos por partes. Para empezar, hay cosas que nos delatan como gente profundamente idiosincrática. ¿Cuánta gente, aunque se sienta del cocol, se toma su chocho y se va a trabajar, valiéndole gorro ser un foco de infección, y valiéndole gorro su propia salud? Mucha. ¿Cuánta gente espera, para ir al médico, a estar verdaderamente mal, porque antes 'no vale la pena'? Ese, señores, es el problema. Imaginen ustedes las consecuencias que se derivan de una influenza tratada con atigripales y febrífugos. No se puede, claramente se señala en las cajas de los antigripales que no se tome si se tiene influenza. Ah, pero qué flojera nos da leer. Y si no sabemos si lo que tenemos es una simple gripita o algún mal respiratorio más grave, ¿cómo vamos a saber si lo que nos estamos untando es lo adecuado? Tampoco. Pero dentro de la teoría conspiratoria, todo se vale. Esperemos que en días venideros alguien venga a decirnos que los fabricantes de antigripales tienen la culpa de todo, junto con los fabricantes de alcohol en gel y los de cubrebocas y guantes de plástico. A propósito, ¿alguien ha visto las bolsas rojas que pomposamente anunció el gobiernillo de la ciudad que iba a poner para que ahí se desecharan los cubrebocas? Porque igual y ahí están otros beneficiarios de la gran conspiración: los fabricantes de materiales para desechos sanitarios/hospitalarios. (Nadie me dice que, eso sí, sea otro negocito del gobierno local, porque las dichas bolsas no las he visto por ningún lado. Casos de enfermos, sí he conocido, y varios.)

A los que se suscriben a la teoría de la gran manipulación psicológica, cabe decirles que andan un poquito perdidos. Los que tales cosas afirman pasan por alto un detallito: que la gente, en este país, somos un desmadre. ¿A cuál orden, a cuál disciplina nos van a llamar, si basta con salir a las calles para observar cómo nos comportamos? Estoy de acuerdo, los primeros días de la contingencia fueron, no exactamente pavorosos, sino, en mi humilde opinión, un poco opresivos. Pude observar, el mismo día que la Madre Naturaleza nos hizo el favor de contarnos uno de sus chistes de peor gusto, que el tránsito, a las tres de la tarde, más o menos, correspondía al de las tres de la mañana. La gente que andaba en las calles lo hacía con cubrebocas. Los changarros de comida lucían vacíos, incluso los de comida rápida. La gente se abalanzó con tal avidez a los supermercados que, más que contingencia sanitaria aquello parecía un escenario de aviso de huracán, o que de plano, en vez de temblor había sido terremoto y todos nos habíamos quedado sin servicios. Sin embargo, desde esos primeros días, se pudo observar que no todos traían cubrebocas. No. Una tarada nos estuvo tosiendo cerca de media hora en la fila del súper, sin cubrebocas, lo que contrastaba abiertamente con el tipo que traía una máscara antigás. Algunos adolescentes inconscientes hablaban-lo escuché el mismo día- de organizar una fiesta. Y mucha gente salió a hacer sus compras de la manera más normal. Ah, pero si algunos no habían sido presas del pánico, Marcelo se encargó de darles su dosis, al ordenar que los restaurantes sirvieran comida 'sólo para llevar'. Algunos se convencieron de que la cosa iba en serio, entonces. Pero no todo mundo. No faltaron, desde un principio, quienes 'pensaron' que todo era una patraña urdida por el gobierno federal. Y conforme transcurrieron los días, las precauciones se volvieron un tanto laxas. Cada vez menos gente portaba el cubrebocas. El fin de semana del puente, en las postrimerías ya de la contingencia, fue aprovechado por muchos para salir de la ciudad; hubo quienes alegaron que para 'prevenir el contagio', otros muchos, sin embargo, se fueron a las playas a pasarla bien. ¿Cuál susto? ¿Cuál miedo? ¿Cuál orden? ¿Cuál disciplina?

Lo mejor de todo vino cuando se levantó la contingencia y los negocios pudieron volver a operar en santa paz. Los restaurantes se abarrotaron ese fin de semana-por aquello del Día de las Madres-, y no sabría decir de los cines, pero igual mucha gente corrió a ver el frustrado estreno de Wolverine. Los antros se abarrotaron ese mismo fin de semana. Y la gente corrió a abarrotar supermercados y plazas comerciales por igual. Este pasado fin de semana tranquilamente podría haberse dicho que en la Ciudad de México no había pasado absolutamente nada.

¿Qué nos dejó la influenza, entonces? En algunos casos, medidas sanitarias que desde siempre debieron haber operado, como es el caso de los encargados de las cocinas en los restaurantes, quienes, más por sentido común y algo de higiene, debieron portar siempre un cubrebocas. Que los sitios públicos, al menos por el momento, luzcan más limpios que de costumbre, lo que siempre es bueno. Que nos repartan desinfectante a la entrada de los cines, y que no se atiborren-aunque está por verse que dicha medida se cumpla, porque por lo menos los restaurantes se negaron en redondo a separar sus mesas-. Y, como buen pueblo susceptible a la desconfianza de las añagazas de los políticos, una buena dosis de histeria que nos hace perder el poco buen sentido que nos quedaba. Porque miedo, señores, ya no hay. Lo que queda, en algunos, es un profundo resentimiento, que bueno, en ciertos personajazos promotores de la 'idea'-de algún modo hay que llamarle- de la patraña espuria, es ya un rasgo común del que disfrutan los trescientos sesenta y cinco días del año, seis si es bisiesto. O sea que, ni shock, ni disciplina, ni Estado fascista ni ridiculeces de esas. Por algo los chistes de San Juanico, al día siguiente de ocurrida la tragedia. Por eso los chistes del terremoto al día siguiente, cuando todavía había gente bajo los escombros. Y ahora, los chistes de la influenza, si bien en las ocasiones anteriores no había modo de decir que lo ocurrido había sido francamente deliberado. Lo que ocurre, simplemente, es que no nos había tocado una cosa así en bastantes añitos-cuarenta, más o menos-. ¿Por qué ahora surgieron las teorías relativas al SARS y no en su momento? ¿Por qué hay quienes se empeñan en decir que tal cosa fue 'otro invento' del gobierno chino para tapar la mala situación económica por la que atravesaban, ahora-¡cómo son creativos los gobiernos, caray!-? Como si fuera tan sencillo, en este mundo globalizado, ocultarle al vecino que tu economía está en el piso. Y en todo caso, en China es más sencillo hablar de represión y del sinfín de tonterías que hemos escuchado últimamente. Y nadie habló al respecto. Nadie habló de conspiraciones. ¿Por qué ahora sí? Ah, porque otra de las herencias de la influenza fue justamente esa: elevar nuestra capacidad de razonar. Aunque sean patrañas, pero no faltan quienes se sienten mejor y más aliviados al darse cuenta de que emergieron de la alerta sanitaria como seres más pensantes, más críticos, a quienes el gobierno ya no les ve la cara de nada, porque ellos saben. Lo cual es un chiste de peor gusto que el que nos contó la Madre Naturaleza, con la influenza y el temblor.