viernes, 6 de febrero de 2009

Kurosawa y el 'ramen western'

El héroe solitario entra en escena. Prácticamente un vagabundo, llega a un pueblo devastado por las pugnas internas, la corrupción y la lucha por el poder de dos facciones que se oponen. El pueblo mismo se encuentra dividido entre los que apoyan a la facción tal o cual. El héroe al principio no parece ser tal: está dispuesto a vender sus muy particulares talentos al mejor postor. Conforme se desarrolla la trama, el héroe revela que, a pesar de su exterior taciturno y hosco, es en realidad un justiciero, con una concepción muy propia de la justicia. El desfacedor de entuertos no deja de meterse en problemas, menos cuando empieza a perjudicar los intereses en juego en el pueblo. Lo pescan en una de tantas, lo golpean...pero no lo matan, lo que lo pone en situación de escapar. Regresa, tras enterarse que el amigo que le ha brindado asistencia se encuentra en las malévolas garras de una de las facciones del pueblo. Mata a todos los malos, y se desvanece de la escena, entre un viento que ruge y levanta nubes de polvo entre la devastada aldea. Ha cumplido su cometido.


¿Les suena conocido? Cómo no. Quién, a ver quién, puede decir en toda verdad y justicia que no ha visto una película de John Wayne, o de perdida, de la primera época de Clint Eastwood. Si hasta parecen verse los cactos choya, rodando entre el polvo de un devastado pueblo gringo. Hasta parece que escuchamos los tiroteos en donde se decide la suerte del malo equis o el malo yé, y sabemos que, al final, no puede sino salir vencedor el héroe, gracias a su destreza, a una pelusa en el ojo de su contrincante, o a que la cabaretera del pueblo, de esas que bailan levantándose la falda al son de la pianola y que nunca pueden faltar en estas películas, le enseñó la pierna en el momento preciso de apuntarle al bueno, así nos lo hayan dejado, un cuarto de hora antes, como Santo Cristo en Viernes Santo. Pues simplemente despojen a todos de sus ponchos, sus pistolas, sus botas y los omnipresentes caballos, y vístanlos a todos con kimonos y ármenlos de espadas, y tenemos en frente ni más ni menos que 'Yojimbo', película que ha sido transformada en objeto de culto por los cinéfilos que dicen amar a Akira Kurosawa por sobre todas las cosas como el más grande realizador que ha dado Japón al mundo.


No me malinterpreten. No creo que todas las películas de Kurosawa sean una reverenda porquería. Las hay que me han gustado, y mucho. 'Rashomon', por ejemplo, me parece un enredo narrativo bastante interesante, con una solución un tanto aguada, pero el desarrollo, en mi particular opinión, es de despertar bastante interés. 'Los siete samurais', también, es una excelente película, si bien no se siente tanto un cierto saborcillo a Nô que le confiere a las actuaciones en sus películas de su época samurai un tono muy interesante, actoralmente hablando. Pero 'Yojimbo', en mi opinión, es una pifia de proporciones mayúsculas.No termino de entender cómo es que Kurosawa, con las dotes que tenía para traducir, interpretar y contextualizar sus obras, como el caso de 'Trono de sangre', haya sido capaz de hacer una lectura tan al trancazo de los típicos 'westerns' gringos. Porque oigan ustedes, no cualquiera se pone a las patadas con Shakespeare a la hora de adaptar las obras y se libra con bastante gracia-piénsese, por ejemplo, en adaptaciones tales como 'Romeo+Julieta', un verdadero bodrio, o 'Ricardo III', bastante malito el resultado- . Sin embargo, pienso que tal vez el poco éxito de la seudo adaptación del western al Japón del siglo XIX se debió a premuras o quizás presiones por parte de los estudios.


Ya desde que comienzan a correr los créditos en la entrada de la película se puede prefigurar la que nos espera. Se observa el panorama del pueblo polvoso, con una explicación en texto-o caption, que dirían los entendidos, pero detesto pochear-que nos sitúa en una época y nos explica de dónde es que proviene el misterioso personaje que va avanzando lenta, pero decididamente, hacia su objetivo. La musiquilla con que se acompaña la entrada es muy de notar: oriental en su sabor, sí, pero con un aire de confusión, que no de fusión, que hace pensar que el señor Kurosawa ya se nos había holliwoodizado de más. Y a la breve, brevísima reseña sobre la trama hecha anteriormente, no puedo agregar mucho más. Vaya, ni siquiera nos perdonó a las cabareteras de pueblo, nada más que aquí las convirtió en unas simpatiquísimas geishas que ejecutan un gracioso número de música y baile para nuestro héroe. Claro que no podía faltar la madame, que cuida de su rebaño con un gran celo. Sólo se observa una única desviación del libreto: el héroe no cae perdidamente enamorado de ninguna de ellas, sino que en medio del agradabilísimo número, se levanta y se va. No le ataca un súbito deseo, ni de redimirlas ni de rescatarlas, lo cual no significa que no entren en sus planes justicieros; sabe, y muy bien, que en medio del revuelo que se armará mientras las dos facciones contendientes por el dominio del pueblo se destripan con todo vigor-gracias a sus maquinaciones perpetradas desde la sombra-, ellas encontrarán la forma de huir.

No sé qué es lo que el señor Kurosawa pudo haber hecho para llegar a un mejor resultado. Quizás debió haber contextualizado mejor su guión. O tal vez no debió de occidentalizar tanto el estilo de actuación que tan buen resultado da en 'Trono de sangre', donde, a pesar de saberse que se está viendo una adaptación de Shakespeare, se siente también todo el peso del teatro oriental en los gestos y la interpetación en general. A lo mejor debió de haber introducido algún pasaje efectista, muy en su estilo. Lo que sí se sabe es que, a pesar de ser una de las películas más conocidas de Kurosawa, si no es que la más, definitivamente no terminó de dar en la diana. O lo que es lo mismo, aunque la mona se vista de kimono de seda, mona hollywoodera se queda. Podemos, sin embargo, atribuirle una virtud: ser la máxima exponente del género que he dado en llamar el ramen western.