En esta época de cierre de campañas, músicas electoreras, actos y mitotes sin fin de candidatos de todos los colores y faramalla política sin ton ni son, junto con las propagandas para ir a votar, y las otras para ir a anular el voto, me ha saltado a mi revuelta cabeza una idea, más que todo sugerida por la irresponsable campaña de quienes aluden a su muy personal concepto de la dignidad para ir a anular su voto: una posible respuesta a las eternas interrogantes de por qué funciona tan mal el país y la clase política.
No voy a afirmar que mi respuesta sea LA respuesta, como muchos teoréticos tienen la soberbia de decir. No, señores. Me limitaré a apuntar unas cuantas observaciones que van de la mano con las inquietudes de la mayoría de la ciudadanía, y, por ende, de los posibles votantes. A lo mejor muchos sienten un ladrillo en la cabeza, igual otros tantos pensarán que de cualquier manera el ciudadano nunca tiene la culpa de nada y es simplemente una 'pobre víctima', como insisten en afirmar los teoréticos de dizquierdas. Como sea, esto, insisto, no tiene visos de ser nada absoluto. Es un simple análisis de nuestra realidad, y un aún más simple intento de respuesta. Dicho lo anterior, baste de retórica, y vayamos al asunto.
Hace falta vivir en la punta de un cerro para hacerlo sin vecinos, más en una ciudad tan apiñada como la nuestra, donde la mayoría de citadinos tenemos como lugar de residencia un departamento sito, desde luego, en un edificio, muy probablemente inserto en una unidad habitacional de mayor o menor tamaño, según sea el caso. Los que tenemos domicilio en régimen de condominio-o 'condemonio', que dijera mi señor abuelo Perfecto, pero para eso ya entraremos más adelante en detalles-nos vemos enfrentados a, o a veces afrentados por, esos seres que reciben el nombre de "vecinos", con los que a veces se vive pared con pared, puerta con puerta, o piso con techo, ustedes eligen de acuerdo a su situación. La configuración anteriormente descrita, que intenta ser una simplistísima reducción de un todo más complejo denominada "unidad habitacional", servirá de modelo de estudio para la presente parábola, metáfora, o, como ya denominamos al principio del texto, metonimia cuando de analizar las realidades del país se trata.
Decíamos, pues, que los departamentos que conforman un edificio con uso de suelo habitacional, esto es, para que la gente viva ahí, y la gente que en ellos habita, se hallan sujetos a algo que se conoce como "régimen condominal". ¿Qué significa lo anterior? Muy simple. Que todos los habitantes del susodicho edificio son 'condueños', es decir, todos son dueños del predio donde se asienta el edificio, ficción jurídico-impositiva con la que se intenta dar la sensación que lo que se tiene no simplemente es una rebanada de aire, que dijera Marco A. Almazán, y con lo que se intenta justificar el que cada 'condueño' pague una cuota de impuesto predial, si la memoria me asiste, igual a la de la totalidad del predio, lo cual hace comprensible el que, cuando se otorgan permisos de construcción, sea mucho más conveniente hacerlo para edificios de ingentes cantidades de pisos con igualmente ingentes cantidades de departamentos, que para una sola casa, o un conjunto de casas.
El ser "condueños" no significa solamente un sacudón de predial. No. El régimen de propiedad en condominio otorga a los condueños a una serie de derechos con pinta de obligaciones, tales como el derecho de tanteo cuando se vende un departamento, o igualmente a impedir el que un departamento se rente. Muchos dirán que cómo es posible que los vecinos tengan derecho a inmiscuirse en el sacrosanto derecho de que goza cada quien de hacer con su patrimonio lo que le venga en ganas, y es aquí donde empiezan los problemas. Pero es muy sencillo: si el que vende su propiedad lo hace, pongamos por caso, a un abogado que en vez de utilizar el departamento para habitar en él lo utilizará de oficina, el resto de los condueños tienen todo el derecho de incoformarse por el uso inadecuado del suelo, o por los posibles inconvenientes que genere el que gente que no vive ahí ande entrando y saliendo del edificio, así sea en horas de oficina, y lo mismo aplica si lo que se quiere es rentar el departamento, ya que no se sabe qué tipo de gente irá a parar al edificio; lo anterior puede provocar, desde fiestecitas con mucho estéreo y mucho ruido a altas horas de la noche, hasta altercados con la policía.
A lo que lleva todo lo anterior es a lo siguiente: en un estado ideal de cosas, el condominio sería, luego, un lugar en donde, al ser todos dueños comunes del predio en que se asienta el edificio, a que las decisiones que se tomen en el edificio sean sancionadas por la comunidad, la cual está sujeta a lo que se denomina Ley Condominal, que establece los términos en que, idóneamente, deben vivir todos aquéllos que son dueños comunes de un predio; todo esto, desde luego, pensando en el mejor interés de todos los que habitan el edificio, y la mejor convivencia. ¿Sí? Pues no.
Vamos a comenzar por lo general para pasar a lo particular. Los condueños están obligados a hacer manifiestas sus intenciones cuando de disponer de su patrimonio se trata, ¿verdad? Y el resto está en el derecho de decir si están de acuerdo o no, ¿ajá? Pues no. Cuando se vende un departamento, los vecinos se enteran cuando se cuelga, o la cartulina fosforescente con un número de celular de la ventana del departamento que se perpetra vender, o cuando aparece el letrerito de la omnipresente agencia de bienes raíces de todos conocida, la de los letreritos amarillos con negro. ¿Y cuando se renta? Menos. Todo mundo se entera que se rentó un departamento cuando llega el camión de la mudanza. Lo anterior puede obedecer, o a manifiesta mala fe de quien piensa que a los vecinos qué les importa lo que se haga con equis departamento, o de plano, a simple y llana ignorancia de que el protocolo anterior se debe de seguir. Amén de que, si se convocara a una junta porque el vecino Zutanes quiere vender, nadie iría, porque a nadie le importa, a pesar de que es derecho y obligación el hacerlo. Lo que nos lleva a la siguiente consideración.
Como ya se mencionó anteriormente, las decisiones que se tomen respecto al edificio deben estar avaladas por una mayoría de vecinos, ¿verdad? Pues no. Porque se cita a la junta para hablar de equis asunto a las tales horas, seguido de otro citatorio para media hora después si no se ha reunido el quorum requerido, para hacer una última llamada para realizar la junta con los que estén, que generalmente son tres gatos, los mismos de siempre, que decidirán algo con lo que, después, el resto de la no-concurrencia mugirá que no está de acuerdo, aunque no haya asistido.
Ya nos hemos extendido bastante por el momento. Para no aburrir a los amables lectores, el día de mañana continuaremos con esta Metonimia Política, esperando sus amables comentarios.
Ruda la comparación, y no del todo mala porque, después de todo, se trata de la vida en el espacio común, y del modo en que se decide qué es lo que ocurre y qué es lo que no. Aquí es donde la gente que se abstiene debe, a fortiori, fastidiarse y apechugar lo que la otra gente decide, simplemente por no ejercer su voto.
ResponderEliminarYo me pregunto si los "anulistas" -ya no saben ni cómo llamarlos en los medios, faltará que les digan los "yoanulomivotoporquelospolíticosnomepelan-istas"- tienen en cuenta que anular cinco millones de votos, en el supuesto, no les conducirá a nada; es decir, una vez que se sepa cuántos anularon, nada va a cambiar: el IFE no va a reducir sus gastos -ya parece-, los partidos no van a disminuir sus prebendas -ya parece-, los funcionarios no van a disminuir sus sueldos -ya parece-, ni se va a preguntar a la gente "oiga, usted ¿qué quiere que hagamos los políticos" -ya parece-. Creo que esto de anular tiene un buen fin, cierto, una buena intención... pero también es terriblemente ingenuo, es creérsela completa a Saramago sin haber leído en qué acaba la novela -en que el gobierno reprime a quienes promovieron el voto en blanco- y sin pensar que, contra los votos en blanco que se deseen, los polacos van a justificarse con los que tengan a favor, sean uno, dos, o veinte millones. Eso no se piensa.